sábado, 15 de noviembre de 2014

Gracias por alquilarte para soñar

Ya decían las malas lenguas del oficio más hermoso del mundo que te hundías en la tiniebla, y no había sido por chupar encantado los tiernos caballitos amarillos del insomnio. Te imagino gateando, buscando la luz, encontrando en su lugar a Manuela Sánchez de tu desastre que no estaba escrita en la palma de tu mano ni en el asiento de tu café. Manuela Sánchez de tu locura que se gastaba tu aire de respirar. Se te llevaron como a los niños que viajaban en aquel barco. Ojalá te acompañen tus putas tristes, Ojalá que las pájaras más percudidas de donde estés se disputen la suerte de dormir contigo y den alaridos de degolladas cuando hagáis como los cangrejos. ¿Fueron las raíces de barbasco? Las que miraste como si te las fueses a comer y en efecto te las comiste, señoras y señores, ¿fue esta la única vez que te fracasó la ciencia? 

Que lo pulsen los telégrafos, que te lloran los Buendía y los Daza, los Nasar y los Linero, los Vicario y los Guzmán. Que lo pulsen de Macondo a Riohacha, que te asfixiaste en un sahumerio de almendras amargas, que fuiste el ahogado más hermoso del mundo, la Mamá Grande en su carnaval, que te falló la escalera bajo los pies y quedaste un instante suspendido en el aire. 

Que pulsen que, en realidad, no eras Gabo, que tenías cara de llamarte Esteban. Gracias por el cadáver exquisito de mi compadre de toda la vida, el general Rodrigo Aguilar; por las cartas recíprocas de Florentino Ariza, que era feo y triste, pero todo amor; gracias por la abuela desalmada, desnuda y grande, como una hermosa ballena en la alberca; gracias por la mortaja de Amaranta, la labor más primorosa que hizo una mujer; por el embalsamador de virreyes que les componía una cara de tanta autoridad que gobernaban muchos años mejor que cuando estaban vivos; gracias por los milagros vendidos de Blacamán y las oropéndolas pintadas de Bendición Alvarado; gracias por los pescaditos del coronel y el solimán de Melquíades y las sábanas de Remedios la Bella; por los soldados que enrollaban para robárselas las praderas azules del mar; gracias por soñar aquella casa ladrillo a ladrillo 

¿Quién se ocupará de que no haya flores en tu funeral? ¿Te levantaste hoy para esperar el buque en que llegaba el obispo? Te marchas, señor muy viejo con unas alas muy grande, con un aleteo de buitre senil, volando sobre las aguas de la muerte de tus lebrillos ¿Quién te puso frente al pelotón de fusilamiento? El que lo hizo no sabe que hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir, carajo, pobres criaturas que nos quedamos sin ti en estos tiempos del ruido. Los gallinazos te guarden, Gabo. Gracias por alquilarte para soñar

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